Pantallas y Derechos:
(a propósito del estreno del documental colectivo D-Humanos)
Por Pablo Nisenson
El 21 de septiembre tuvimos un arranque estupendo. El Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti se pobló con los protagonistas de la película, amigos y familiares, organizaciones sociales, periodistas, personalidades de los DDHH. El pre-estreno del documental coral D-humanos (9 directores, 9 historias, 9 miradas sobre nosotros) se realizó a sala llena en este singular centro cultural.
Sin embargo, y a pesar de los buenos ejemplos que nos precedieron, pocos son los que creen que un documental sobre derechos humanos pueda convocar público a las salas. Pero, contra los pronósticos, al día siguiente, el jueves de estreno, el público comenzó a acercarse a la sala cabecera de los Espacios INCAA, compro su entrada en boletería, y, “extrañamente”, decidió entrar. El viernes fueron más los espectadores, y el sábado más aún. Es impactante la respuesta del público en el Gaumont, colas en verdad nutridas, esperando por ver cine argentino.
En nuestro caso, se combinaron una serie de factores, -también la buena estrella-, para que esto sea posible: una película cuyas historias impactan y emocionan, el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales con una campaña publicitaria austera pero efectiva, un buen trabajo de prensa, críticas que puntuaron de forma favorable, en particular un estupenda cobertura que debemos agradecer a Página 12 y al periodista Oscar Ranzani.
Sin embargo, no deja de ser el nuestro un espacio alternativo. El spot de 15 seg. de radio, hace mención al asunto en la voz del locutor; “D-humanos, estreno 22 de Septiembre en el cine Gaumont, y las salas que nos deja libre el Imperio”. Pero la ironía revela una realidad más cruda aún. El imperio no nos deja libre ninguna sala, sus góndolas están previstas para los productos norteamericanos, y el cine argentino es un invitado indeseable. Luego, una responsabilidad no menor la tienen los medios, una vez más. El “centimetraje” dedicado en sus notas a los tanques (Grandes producciones hollywoodenses) y tanquecitos (Menos grandes producciones hollywoodenses), es directamente proporcional a la inversión en publicidad que reciben de las distribuidoras para el lanzamiento. También, -y aquí un tema tabú-, gran parte de la crítica funciona como agente de ventas de las majors del espectáculo. A sus espacios en medios gráficos y televisivos los suelen llamar “Cultura y espectáculo”, pero refieren a la cultura norteamericana y al cine de ese país.
Mientras tanto, aquí abajo, abajo, cerca de las raíces, tenemos una producción cinematográfica que es orgullo en la región, en calidad, en cantidad, en diversidad. Durante el año pasado se han estrenado alrededor de 100 títulos, muchos multipremiados, muchísimos valiosos. Pero debemos decir, también, que 85 de estos 100 llevaron escaso público a las salas. Frente al actual problema con la exhibición diversas salas alternativas se comenzaron a utilizar para estrenar cine; tal el caso del Malba, la Lugones , el C.C. de la Cooperación , también salitas en hoteles, en teatros, en centros barriales, etc. Paliativos.
La lucha por las pantallas. Esta es la batalla que le toca dar al estado nacional del brazo de las entidades del sector. Si fue posible torcer el brazo de corporaciones temibles y poderosas –la militar, la eclesiástica, la mediática-, esta también es posible. Pero no es dable esperar solo la decisión del estado, es necesario el trabajo, las propuestas, las exigencias, de las entidades de productores, directores, actores, técnicos. Trabajar de forma mancomunada, dejar de lado actitudes individualistas, corporativistas, y, esencialmente, levantar nuestra autoestima. Confiar en nuestra capacidad, en la historia que nos sustenta, en la importancia social de nuestras obras.
Porqué las multipantallas reflejan historias que no son las nuestras. Es decir, nos cuentan otra historia. No encontramos allí nuestro reflejo, nuestras problemáticas, nuestra identidad. Impúdicas ventanas del imperio abiertas al mundo globalizado, a través de las cuales nos modelan, delinean nuestro imaginario, nuestra ideología, nuestra agenda de vida y de consumo. Y vulneran nuestros derechos.
Los 9 directores de este documental trocamos a la hora de la exhibición en agentes de prensa y difusores de nuestra obra. Nos apoyamos en las redes sociales, los amigos de las radios, canales, diarios, y de las organizaciones sociales. Y estamos presentes en las funciones, antes y después, charlando con el público, compartiendo, agradeciendo.
El encuentro entre espectadores y realizadores es conmovedor. Apenas unos segundos después de encenderse las luces de las salas ya somos como viejos amigos. Y la conversación, el encuentro, suele durar hasta el “por favor, tenemos que dar sala”, y muchas veces continua en el café. El interés compartido de espectadores y realizadores, en este caso, trasciende a la obra porque refiere a antiguas convicciones, ideales y deseos. Somos cómplices de una manera de entender y ver el mundo, de la preocupación por el semejante, de una mirada cargada de un deseo común denominador: queremos una sociedad más justa e inclusiva, un mundo mejor.
“Vemos a diario, a toda hora, a pibes y pibas tirando por la ciudad de sus pesados carros de cartonero, con sus espaldas dobladas, con sus vidas condenadas… pero el arte nos permite dejar de verlo como algo natural”, dijo las otras noches una señora con lágrimas en los ojos. “Yo soy jujeña y tengo familia en Abrapampa, se lo que pasa allí…”, aseguró una mujer de indudables ancestros indígenas. Y nos confió que “Sangre en el plomo”, el corto de Miguel Pereira, le permitió volver a sentir empatía con su gente, a través del relato de dos hombres abrapampeños, signados, marcados, ellos y sus hijos, como consecuencia de la contaminación del suelo, el agua y el aire, que ha provocado la fundidora Metal Huasi en ese pequeño y perdido pueblito jujeño.
Esta empatía, lo posibilita la pantalla grande, el CINE, que no ha muerto, al igual que la Historia y las ideologías, y que allí está esperando por nuestras historias.
Los distribuidores, exhibidores de cine, y programadores de televisión, insisten con su muletilla de engaño: “nosotros programamos aquello que el público pide”, no, no, no, señores, saben ustedes que esto no es así, sino absolutamente al revés: el público pide aquello que ustedes programan. Primero se fabricaron los televisores y luego los contenidos para venderlos. La oferta signa la demanda. “Pero, señor, usted está subestimando al público”, dicen entonces con un gesto de espanto que intenta ocultar su único afán: el mercantil.
Cuando la televisión cumpla con su obligación de producir cine, contemplada en la ley de servicios audiovisuales, existirán hasta programas de chimentos, ¿Por qué no paparazzi?, dedicados al cine documental.
Recientemente el Instituto de Cine fijo un canon que deberán pagar las distribuidoras para la proliferación de copias en los cines locales. Es esta una medida más de una batería de nuevas normas necesarias para hacer justicia a la exhibición del cine local y regional. Es preciso fijar el cupo local y el extranjero. Defender el 50 % de películas nacionales y latinoamericanas en las pantallas nacionales. Una de cada cinco salas de los shopping multipantallas dedicada con exclusividad al cine local, dos de diez, tres de quince. En los shoppings multipantallas existentes y en aquellos previstos en diversos puntos del país para el futuro próximo. E incrementar la tarea publicitaria, campañas masivas a favor de nuestro séptimo arte, que es también industria, promover una escuela de espectadores, para la concientización sobre la importancia del cine argentino, empezando por las escuelas, los colegios, las universidades. Dos años antes de lanzar Pocahontas al mercado, la Disney difundió talleres de enseñanza sobre pobladores originarios en todas las escuelas del país del norte.
Hoy sabemos ya que el cine no ha muerto. Las ventanas del imperio se multiplican en todo el orbe. También la producción local se multiplica. Pero esta producción estará verdaderamente viva cuando nuestra gente pueda descubrir su historia reflejada en TODAS nuestras pantallas.
PABLO NISENSON Director de Cine D-HUMANOS
(a propósito del estreno del documental colectivo D-Humanos)
El 21 de septiembre tuvimos un arranque estupendo. El Centro Cultural de
Sin embargo, y a pesar de los buenos ejemplos que nos precedieron, pocos son los que creen que un documental sobre derechos humanos pueda convocar público a las salas. Pero, contra los pronósticos, al día siguiente, el jueves de estreno, el público comenzó a acercarse a la sala cabecera de los Espacios INCAA, compro su entrada en boletería, y, “extrañamente”, decidió entrar. El viernes fueron más los espectadores, y el sábado más aún. Es impactante la respuesta del público en el Gaumont, colas en verdad nutridas, esperando por ver cine argentino.
En nuestro caso, se combinaron una serie de factores, -también la buena estrella-, para que esto sea posible: una película cuyas historias impactan y emocionan, el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales con una campaña publicitaria austera pero efectiva, un buen trabajo de prensa, críticas que puntuaron de forma favorable, en particular un estupenda cobertura que debemos agradecer a Página 12 y al periodista Oscar Ranzani.
Sin embargo, no deja de ser el nuestro un espacio alternativo. El spot de 15 seg. de radio, hace mención al asunto en la voz del locutor; “D-humanos, estreno 22 de Septiembre en el cine Gaumont, y las salas que nos deja libre el Imperio”. Pero la ironía revela una realidad más cruda aún. El imperio no nos deja libre ninguna sala, sus góndolas están previstas para los productos norteamericanos, y el cine argentino es un invitado indeseable. Luego, una responsabilidad no menor la tienen los medios, una vez más. El “centimetraje” dedicado en sus notas a los tanques (Grandes producciones hollywoodenses) y tanquecitos (Menos grandes producciones hollywoodenses), es directamente proporcional a la inversión en publicidad que reciben de las distribuidoras para el lanzamiento. También, -y aquí un tema tabú-, gran parte de la crítica funciona como agente de ventas de las majors del espectáculo. A sus espacios en medios gráficos y televisivos los suelen llamar “Cultura y espectáculo”, pero refieren a la cultura norteamericana y al cine de ese país.
Mientras tanto, aquí abajo, abajo, cerca de las raíces, tenemos una producción cinematográfica que es orgullo en la región, en calidad, en cantidad, en diversidad. Durante el año pasado se han estrenado alrededor de 100 títulos, muchos multipremiados, muchísimos valiosos. Pero debemos decir, también, que 85 de estos 100 llevaron escaso público a las salas. Frente al actual problema con la exhibición diversas salas alternativas se comenzaron a utilizar para estrenar cine; tal el caso del Malba,
La lucha por las pantallas. Esta es la batalla que le toca dar al estado nacional del brazo de las entidades del sector. Si fue posible torcer el brazo de corporaciones temibles y poderosas –la militar, la eclesiástica, la mediática-, esta también es posible. Pero no es dable esperar solo la decisión del estado, es necesario el trabajo, las propuestas, las exigencias, de las entidades de productores, directores, actores, técnicos. Trabajar de forma mancomunada, dejar de lado actitudes individualistas, corporativistas, y, esencialmente, levantar nuestra autoestima. Confiar en nuestra capacidad, en la historia que nos sustenta, en la importancia social de nuestras obras.
Porqué las multipantallas reflejan historias que no son las nuestras. Es decir, nos cuentan otra historia. No encontramos allí nuestro reflejo, nuestras problemáticas, nuestra identidad. Impúdicas ventanas del imperio abiertas al mundo globalizado, a través de las cuales nos modelan, delinean nuestro imaginario, nuestra ideología, nuestra agenda de vida y de consumo. Y vulneran nuestros derechos.
Los 9 directores de este documental trocamos a la hora de la exhibición en agentes de prensa y difusores de nuestra obra. Nos apoyamos en las redes sociales, los amigos de las radios, canales, diarios, y de las organizaciones sociales. Y estamos presentes en las funciones, antes y después, charlando con el público, compartiendo, agradeciendo.
El encuentro entre espectadores y realizadores es conmovedor. Apenas unos segundos después de encenderse las luces de las salas ya somos como viejos amigos. Y la conversación, el encuentro, suele durar hasta el “por favor, tenemos que dar sala”, y muchas veces continua en el café. El interés compartido de espectadores y realizadores, en este caso, trasciende a la obra porque refiere a antiguas convicciones, ideales y deseos. Somos cómplices de una manera de entender y ver el mundo, de la preocupación por el semejante, de una mirada cargada de un deseo común denominador: queremos una sociedad más justa e inclusiva, un mundo mejor.
“Vemos a diario, a toda hora, a pibes y pibas tirando por la ciudad de sus pesados carros de cartonero, con sus espaldas dobladas, con sus vidas condenadas… pero el arte nos permite dejar de verlo como algo natural”, dijo las otras noches una señora con lágrimas en los ojos. “Yo soy jujeña y tengo familia en Abrapampa, se lo que pasa allí…”, aseguró una mujer de indudables ancestros indígenas. Y nos confió que “Sangre en el plomo”, el corto de Miguel Pereira, le permitió volver a sentir empatía con su gente, a través del relato de dos hombres abrapampeños, signados, marcados, ellos y sus hijos, como consecuencia de la contaminación del suelo, el agua y el aire, que ha provocado la fundidora Metal Huasi en ese pequeño y perdido pueblito jujeño.
Esta empatía, lo posibilita la pantalla grande, el CINE, que no ha muerto, al igual que
Los distribuidores, exhibidores de cine, y programadores de televisión, insisten con su muletilla de engaño: “nosotros programamos aquello que el público pide”, no, no, no, señores, saben ustedes que esto no es así, sino absolutamente al revés: el público pide aquello que ustedes programan. Primero se fabricaron los televisores y luego los contenidos para venderlos. La oferta signa la demanda. “Pero, señor, usted está subestimando al público”, dicen entonces con un gesto de espanto que intenta ocultar su único afán: el mercantil.
Cuando la televisión cumpla con su obligación de producir cine, contemplada en la ley de servicios audiovisuales, existirán hasta programas de chimentos, ¿Por qué no paparazzi?, dedicados al cine documental.
Recientemente el Instituto de Cine fijo un canon que deberán pagar las distribuidoras para la proliferación de copias en los cines locales. Es esta una medida más de una batería de nuevas normas necesarias para hacer justicia a la exhibición del cine local y regional. Es preciso fijar el cupo local y el extranjero. Defender el 50 % de películas nacionales y latinoamericanas en las pantallas nacionales. Una de cada cinco salas de los shopping multipantallas dedicada con exclusividad al cine local, dos de diez, tres de quince. En los shoppings multipantallas existentes y en aquellos previstos en diversos puntos del país para el futuro próximo. E incrementar la tarea publicitaria, campañas masivas a favor de nuestro séptimo arte, que es también industria, promover una escuela de espectadores, para la concientización sobre la importancia del cine argentino, empezando por las escuelas, los colegios, las universidades. Dos años antes de lanzar Pocahontas al mercado,
Hoy sabemos ya que el cine no ha muerto. Las ventanas del imperio se multiplican en todo el orbe. También la producción local se multiplica. Pero esta producción estará verdaderamente viva cuando nuestra gente pueda descubrir su historia reflejada en TODAS nuestras pantallas.
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