de Bernardo Bertolucci
en la Sala Leopoldo Lugones
El Complejo Teatral de
Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina han organizado la exhibición
completa de Novecento, el capolavoro
de Bernardo Bertolucci, para los días martes 1 y miércoles 2 de septiembre, en
la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín. En cada uno de estos días, se
proyectará la película en su totalidad, tal como la concibió el gran director
italiano, 250 minutos con un intervalo. Se verá una copia en 35mm conservada por
la Fundación Cinemateca Argentina. Habrá funciones a las 14.30 y 19.30 horas.
Novecento
Italia/Francia/Alemania, 1976
Dirección Bernardo Bertolucci
Producción Alberto Grimaldi
Guion Franco Arcalli
Bernardo
Bertolucci
Giuseppe
Bertolucci
Música Ennio Morricone
Fotografía Vittorio Storaro
Montaje Franco Arcalli
Intérpretes Robert De Niro
Gérard
Depardieu
Dominique
Sanda
Francesca
Bertini
Laura Betti
Werner Bruhns
Stefania Casini
Burt Lancaster
Stefania Sandrelli
Alida Valli.
Anna Henkel
Ellen Schwiers
Donald Sutherland
Sinopsis
El 27 de enero de 1901, coincidiendo
con la muerte de Giuseppe Verdi, nacen al mismo tiempo en la hacienda
Berlinghieri dos niños: Olmo Dalcò (Gérard Depardieu), de origen humilde y
descendiente de trabajadores rurales, y Alfredo Berlinghieri (Robert De Niro),
nieto del patrón de dicha hacienda (Burt Lancaster).
Aunque las circunstancias de la
historia los encuentren en campos opuestos, surgirá entre Olmo y Alfredo una
gran amistad. A través de ellos, la película narra los acontecimientos de
relieve que sacudieron a Italia en la primeras décadas del siglo XX: la
situación de explotación en la que viven los campesinos de la finca, más tarde
la acogida del comunismo por parte de los proletarios, el final de la Primera
Guerra Mundial. Pero sobre todo la obra se centra en el nacimiento del fascismo
en Italia, apoyado primero y sostenido después por los grandes capitales y los
poderosos terratenientes, que ven cómo puede llegar a mermar su poder ante el
avance del comunismo.
Volver al Novecento
“…Novecento pertenece a esa categoría en la que también figuran Las puertas del cielo de Cimino o Erase una vez en América de Leone, por
mencionar dos ejemplos: más allá de que alguna sea más magistral que las otras,
en estos tres títulos malditos hay pasión, desgarro y ambición por parte de sus
directores, hay metrajes excesivos, hay una voluntad de recurrir a una épica
por momentos casi operística para abordar el pasado, en la que se mezclan la
crudeza, lo sórdido y violento con el sentimentalismo, la poesía y la
melancolía.
(…) Hay muchas cosas que la hacen
una obra única y maravillosa: la deslumbrante y hermosa ambientación de época,
la bella fotografía de Storaro, a la que no es arriesgado considerar una de las
mejores de la historia del cine (esos atardeceres, las brumas, la oscuridad en
los interiores, ¡y cómo refleja el cambio de estaciones en el campo emiliano,
la naturaleza haciendo eco de los vaivenes dramáticos de la historia con
parajes que pueden ser indistintamente –según el momento- tan bucólicos como
siniestros!), y una de las partituras de Morricone que deberían figurar en el
cuadro de honor en la honorable filmografía del veterano maestro, no sólo por
su capacidad de sugerir la atmósfera para cada escena, sino además porque hay
secuencias completas cuyo sentido se ve potenciado por su inolvidable música.
Pero más allá de eso, está el creciente dramatismo que se apodera de su
historia, y las magníficas actuaciones de un elenco multinacional y privilegiado,
que va de unos jovencísimos y muy adecuados De Niro, Depardieu, Dominique Sanda
y Stefania Sandrelli hasta un conmovedor Burt Lancaster --tan lejos y tan cerca
de la vez de su príncipe de El gatopardo de
Visconti--, un sólido y muy humano Sterling Hayden, una histérica y
sorprendente Laura Betti y el impresionante Attila de Donald Sutherland, uno de
los villanos más perversos y aterradoramente inolvidables de la historia del
cine. Y por encima de todos esos logros, están los imborrables rostros, las miradas
de esos campesinos reales de los sitios donde se filmó la película, en pequeñas
localidades en los alrededores de Parma, la ciudad natal de Bertolucci; incluso
muchos de ellos quizás vivieron los hechos en carne propia, lo que le da a
muchos momentos del filme un carácter casi documental, de testimonio y herencia
de un mundo cercano al ocaso, un estilo de vida en vías de extinción. La magia
de Novecento está en buena parte en
esas caras curtidas por el dolor y la injusticia, que sin embargo a menudo se alegran
por la fugaz ilusión de una fiesta, un baile o una canción. Es en la capacidad
para entender su esencia, así como la de esos personajes y esa historia, y
trasladarlos a la pantalla grande en una película que puedes querer u odiar,
pero no te deja indiferente, donde descansa el talento y la proeza que
Bertolucci desarrolla en esta película fallida, irregular sin duda, pero
finalmente fascinante, irrepetible, única”.
Joel Poblete en la
revista web chilena Mabuse
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